viernes, 27 de julio de 2012


Patricio Valdés Marín



La economía de crecimiento, capitalista o no, se nutre de la naturaleza del planeta, necesitando incesantemente nuevos recursos naturales que explotar. Mientras éstos existan, la acumulación de capital del sistema capitalista y su cultura basada en el exitismo y el consumismo seguirán impulsando la expansión económica. Sin embargo, la misma prosperidad del capitalismo será previsiblemente su perdición, pues la naturaleza, que provee los recursos para su expansión, es finita y está actualmente mostrando signos de agotamiento, y de proseguir esta tendencia, se produciría una crisis de insospechadas consecuencias. El desarrollo sustentable, que es incompatible con el capitalismo, aparece como una salida a este ominoso futuro.


Los límites del crecimiento


Los pensadores de la Ilustración, desde fines del siglo XVII hasta la Revolución francesa, habían querido iluminar con la luz de la razón la cultura, que estaba aún sumida en la oscuridad medieval, para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. Poco después, se creyó que la Revolución industrial permitiría el sueño del mundo feliz anunciado por la Ilustración para poner fin a las carencias materiales y la esclavitud del trabajo y transformar la triste heredad humana. Surgió la idea de progreso. En efecto, la máquina motriz que emergió, al tiempo de reemplazar el esfuerzo humano, fue capaz de producir masivamente, cada vez más, todo tipo de artículos para la satisfacción de nuestras necesidades y de vehículos para transportar mercaderías y personas donde se quisiera. La energía de los abundantes y baratos combustibles fósiles fue el propulsor de esta transformación. El bombeo de agua dulce permitió extraer los minerales del suelo, mover la industria y revolucionar la agricultura. Para expandir la superficie cultivable, se talaron los bosques. Se explotaron los recursos de los océanos.

Junto con estas maravillas tecnológicas emergió el pensamiento económico sobre cómo producir riquezas y distribuirlas. Desde hace dos siglos y medio la economía moderna se ha ido constituyendo más en una tecnología que en una ciencia, y su propósito expreso ha sido la creación de riqueza material para todos. Se elaboraron e impusieron totalitarias ingenierías sociales. Desde entonces, en pos de sus intereses y cosmovisiones particulares todos los modelos económicos --mercantilistas, imperialistas, socialistas, cooperativistas, comunistas, capitalistas-- han pugnado por imponer sus propios modelos de crecimiento y desarrollo económico con mayor o menor éxito, pero también con indecible sufrimiento humano.

Desde el punto de vista económico, el ser humano se distingue de las otras especies biológicas, no sólo porque trasciende la barrera de los nichos biológicos. Sus necesidades son ilimitadas y siempre vivirá disconforme e insatisfecho con lo que tiene, por mucho que sus necesidades “básicas” estén colmadas. En su ansia por la supervivencia el ser humano no tiene límites para rodearse de cosas que puedan otorgarle seguridad y prestigio, términos sociológicos para designar lo que antiguamente se entendía por la fortuna y la gloria. En un desesperado afán por la estima y la aceptación que oculten su realidad mortal, necesita alcanzar un reconocimiento social. La publicidad le promete todo lo necesario para dicho reconocimiento, y de aquella se vale el productor para vender más.

Esta insatisfacción existencial de búsqueda de identidad nació probablemente, junto con la posesión de cosas y orfandad tribal, a partir de la revolución agrícola. La estructura social se dividió en clases según la división del trabajo. En la actualidad, esta insatisfacción ha sido reforzada con el advenimiento de las modernas sociedades despersonalizadas y de gran movilidad social dentro de una homogénea cultura de clase media. Junto con la posibilidad de poseer cosas, la identidad debe ser conquistada por cada individuo de modo permanente. 

Si antes la gloria por actos heroicos era una forma de reconocimiento, actualmente, y no de modo casual, se ha generalizado el afán por la realización personal que fuerza al individuo a obtener éxito en poseer “cosas” y muchas veces entendiendo por realización personal la capacidad para consumir bienes y servicios socialmente aceptables. Probablemente, en culturas tribales el rico tejido de relaciones sociales, donde cada individuo era estimado y querido con cariño, lo mantenía lejano de las actuales ansias de reconocimiento. Se comprende entonces que la tecnología presione sobre los recursos naturales hasta el extremo mismo de sus posibilidades.

El crecimiento económico está trayendo efectos colaterales de consecuencias críticas para el futuro no sólo de la humanidad, sino de toda la biosfera terrestre. La necesidad de subsistencia de las distintas naciones en nuestra estrecha Tierra fuerza la creación de economías altamente competitivas que tienen como efecto necesario la destrucción del medio ambiente. Además, esta competencia no sólo es inmisericorde, sino que relega a la mayoría marginada a la miseria. Este crecimiento está afectando gravemente los equilibrios de los sistemas ecológicos, los que han resultado ser frágiles para los embates de la economía de crecimiento, acelerados por la explosión tecnológica y la acumulación de capital. El enorme consumo de recursos naturales no renovables y de recursos renovables a tasas mayores que su capacidad de renovación está generando su acelerado agotamiento. Los distintos ecosistemas son incapaces de absorber y neutralizar los desechos producidos, deteriorando vastas extensiones del planeta y degradando la totalidad del medio ambiente.

Es impensable que la actual población mundial consiga superar su actual estado de miseria y subdesarrollo a causa de que simplemente no existen los recursos naturales suficientes. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Los objetivos políticos han venido verificando un desplazamiento. Atrás quedaron las utopías milenaristas por irrealizables. El espacio dejado por ellas está siendo ocupado por políticas netamente pragmáticas y cortoplacistas de supervivencia nacional e incluso local. Mientras tanto, asistimos a un diálogo de sordos entre ecologistas fundamentalistas del tipo conservacionista, aterrados por las probables consecuencias del crecimiento, y economistas neoliberales que siguen creyendo en la capacidad del capitalismo para solucionar los problemas de la humanidad, mientras son ciegos a las ominosas señales de la naturaleza.

Nuestra Tierra, la Gea de los griegos, es, después de todo, demasiado pequeña para el voraz poder de expoliación de la economía de crecimiento. Cada vez más, ella nos resulta más delicada y pobre para la insaciable voracidad y la ilimitada codicia del gran capital y de las sociedades consumistas que éste promueve, o de las colosales guerras de destrucción y muerte de las economías de crecimiento en pugna. La curva de crecimiento se cruza con la curva de recursos. Lo que queda entre ambas es marginación. El crecimiento económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.

Contraviniendo los poderosos intereses de las compañías petroleras, desde hacía algún tiempo algunos estudiosos estaban advirtiendo que en alguna fecha próxima el consumo de energía iba a llegar al punto de la curva de producción de energía cuando el petróleo que había sido consumido históricamente fuera mayor que las reservas conocidas. Esta fecha llegó probablemente en septiembre de 2008 en la forma de precios que superaron los US$ 140 el barril de crudo. Pero este precio era insostenible, pues encareció los alimentos, el transporte y los productos, provocando en primer lugar la crisis financiera que sigue repercutiendo en los mercados financieros. Los ingresos de los consumidores se volvieron insuficientes para pagar a la vez por productos más caros y por las hipotecas de sus bienes ahora devaluados. El desarrollo y el crecimiento económicos se detuvieron y la economía de la mayoría de los países entró en recesión.

Es probable que esta crisis económica no corresponda a otro ciclo recesivo más de la economía. El desarrollo y el crecimiento económico tienen ahora una estrecha camisa de fuerza. De este modo, en la medida que la economía logra alguna recuperación, sube proporcionalmente el precio del petróleo, anulando este logro, y la economía retorna a su estado deprimido. Es ilusorio creer que en algún tiempo más la economía recobrará su vigor y volverá a los índices de actividad que existían antes de la crisis financiera. El nuevo equilibrio --entre la tendencia del capital a crecer y la escasez de energía que frena el crecimiento logrado-- imposibilita la efectividad del mecanismo creado para el sostenido desarrollo y crecimiento económico nacional, que es el capitalismo, o cualquier otro modelo de desarrollo y crecimiento económico alternativo. Por tanto, su vigencia es tan precaria como los privilegios concedidos a sus gestores por la sociedad. La permanencia del capitalismo está en riesgo.

En 2009, para la ONU destacados científicos identificaron diez fronteras planetarias seguras que el impacto humano no debiera traspasar so pena de la autodestrucción. Estas son: la contaminación por aerosol, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, el cambio climático, el uso del agua dulce, los cambios de uso de suelo, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del fósforo, la acidez de los océanos, y el agujero de ozono.

Si acaso hasta hace poco el fantasma del holocausto nuclear se cernía con patético realismo sobre la Tierra, ahora lo está siendo el del hambre y la miseria para una vasta mayoría de la población. Pareciera que el tercer jinete del Apocalipsis está cabalgando con mayor prestancia que el segundo. Pareciera que la tesis maltusiana está de alguna manera relacionada con el cuento de Pedrito y el lobo. Probablemente, Malthus estuvo equivocado cuando diagnosticó que mientras la población crece en progresión geométrica, los alimentos lo hacen únicamente en progresión aritmética. Pero no se equivocó en cuanto al pronóstico acerca de que los alimentos no alcanzarán para todas las bocas que también hablan y ríen. Tal vez no es un problema ni matemático ni geométrico, sino que de capacidad natural.


El capitalismo y la ecología


Tras la Guerra fría, entre capitalismo y comunismo el vencedor absoluto resultó ser el primero. El premio de la victoria fue poder extenderse por todo el mundo. El mentor del capitalismo había sido Adam Smith, quien, en 1776, publicó La riqueza de las naciones. Basado en la propiedad privada de los medios de producción y del capital, en el libre mercado tanto de mercancías como del trabajo, en el lucro personal y en la empresa privada, el capitalismo demostró su eficacia para generar riquezas, o al menos para convencernos a todos -desde su propia posición de enorme poder- que es el modelo más eficaz y libertario para darnos la oportunidad de usufructuar de los bienes materiales, aunque fuera por chorreo. Los beneficios fueron tan evidentes -o tan aparentes- que la sociedad concedió a la clase propietaria una cantidad de privilegios, tales como ejercer enorme influencia en la vida política, adjudicarse una sabrosa tajada de la torta, administrar la economía nacional según sus propios intereses, actuar a veces como verdaderos déspotas en sus propias empresas. El precio que la sociedad  debió también pagar fue supervalorar la codicia y el individualismo por sobre la solidaridad y la equidad.

La crítica contra la economía capitalista y globalizada, que desde hace un tiempo se ha estado perfilando con cada vez mayor fuerza, viene de un cuartel menos tradicional que el humanismo. La ética humanista en materias económicas está basada en la solidaridad, la que se opone a la explotación del trabajo, y la no aceptación ciega del determinismo de las leyes del mercado que justifica el homo oeconomicus por su actitud netamente centrípeta y egoísta. Actualmente, la crítica más severa contra el capitalismo está partiendo de los ecologistas ante la evidencia puramente práctica acerca de los límites mismos del crecimiento: la destrucción de la naturaleza.

El éxito de la economía capitalista depende de que existan suficientes riquezas naturales que aporten a la inversión de capital un beneficio mayor que el costo requerido en su explotación. La crítica ecologista apunta a que en su desarrollo el capitalismo está supeditado a la codicia humana sobre los recursos naturales. Globalizado como está en la actualidad, el capitalismo los está destruyendo irreversible y aceleradamente mientras el planeta está desnudando su dramática finitud. La acumulación de capital que la actividad económica genera aumenta en forma exponencial, de la misma manera como aumenta la explotación de los recursos naturales y la contaminación de la naturaleza hasta el extremo mismo de sus posibilidades.

Esta crítica sostiene que el capitalismo se fundamenta en la utopía del tecnologicismo, que asegura la provisión de bienes y servicios sin límite de esfuerzo ni de explotación de recursos alguno para satisfacer todas las necesidades de la humanidad. Pero principalmente la crítica al capitalismo sostiene que es un sistema económico que necesita en forma creciente explotar la naturaleza para su propia preservación. El capital necesita ser invertido en alguna actividad económica con el objeto de obtener una ganancia, y este beneficio o interés, que no es consumido, pasa a incrementar el volumen neto de capital, de modo que éste es un factor de la producción que se acumula exponencialmente.

En el curso del tiempo el capitalismo ha logrado generar un crecientemente gigantesco volumen de capital. Sin embargo, la inversión de capital significa siempre la explotación de recursos naturales; toda actividad económica se apoya en última instancia en la explotación de recursos naturales y en el consumo de energía. Así, en el tiempo el capitalismo degrada la naturaleza en forma también exponencial. El duro hecho de que la existencia de la posibilidad de desarrollo del capitalismo depende de que se produzca más y de que se consuma lo que se produce, incide fuertemente en los recursos físicos de la naturaleza. En fin, los ecologistas critican también la globalización del capitalismo por ser el intento para acceder a la explotación de todas las riquezas naturales de la Tierra, sin reserva alguna.

En la economía capitalista la relación existente entre capital y naturaleza es desequilibrada. Las valoraciones culturales que ponen el énfasis en el individualismo, el exitismo, la competencia, el crecimiento y desarrollo económico, la expansión de mercados y el consumismo, previsiblemente están conduciendo a la humanidad hacia un descalabro ecológico en un futuro relativamente cercano. Tras estas valoraciones se encuentra el poder del gran capital, que persigue el máximo beneficio en la explotación de los recursos, pero no necesariamente la eficiencia, tampoco la racionalidad, y menos aún la equidad y la solidaridad. Son los mismos capitalistas, que por no estar dispuestos de alguna manera a perder el poder económico que disponen, que mantienen este sistema funcionando a como dé lugar y se oponen tenazmente a cualquier reforma al sistema que los pudiera perjudicar en lo más mínimo. Los capitalistas han participado en el juego político y militar y siempre han triunfado para mantenerse en el poder gracias a sus enormes recursos y su propia codicia. Ahora este mismo éxito podría ser su perdición y la de todos.

La crítica de la ecología apunta a que el capitalismo es ciego en su desarrollo y termina preguntándose, ¿qué ocurriría a la humanidad si apareciera un límite severo a la mayor explotación, como por ejemplo, el agotamiento de ciertos recursos naturales vitales, como el agua dulce o el petróleo, o la contaminación atmosférica? Los efectos de estas acciones son que sin nuevos recursos que explotar en un futuro mediato, la economía capitalista colapsará, arrastrando consigo la civilización que creó. La subsistencia de la economía capitalista, basada en la competencia, y ésta en incrementar la competitividad y la productividad, depende, para alimentarla, de que existan suficientes riquezas naturales que aporten un beneficio mayor que el costo requerido en su obtención. Si el capitalismo no puede crecer al no obtener beneficios positivos por la inversión efectuada, entonces debería colapsar. Aunque para absorber los mayores costos la menor oferta encareciera los precios, no se mantendría una demanda para estos precios más elevados. Más aún, el capital acumulado disminuiría hasta llegar a generar inmensas pérdidas. Son inimaginables las profundas y espantosas consecuencias de una crisis semejante. Es posible que seamos testigos del fin del capitalismo. Cabe esperar que no sea Haití, Bangla Desh o Somalia los posibles modelos del Brave New World que podrían materializarse.


Desarrollo sustentable


La cultura es a la sociedad lo que el conocimiento y el sentimiento es al ser humano. Aquella no sólo constituye el modo creativo de adaptación del grupo social a un medio en permanente cambio, también contiene normas éticas y valoraciones sobre las cosas, las que han emergido en el duro y constante embate por la subsistencia de la estructura socio-política y la supervivencia de los individuos que la componen. La dificultad y el éxito que una norma ética o un valor cultural tiene para estructurarse en la cultura son directamente proporcionales a su estabilidad. El exitismo y el consumismo, como metas individuales, y el crecimiento y la expansión económica, como metas sociopolíticas, son manifestaciones muy enraizadas en nuestra cultura contemporánea. Ellos no sólo se expresan plenamente en una economía de mercado y aperturista, sino que son la expresión más acabada de este tipo de economía.

Del mismo modo como la cultura occidental produjo, en el pasado, monjes, filósofos, conquistadores, misioneros, exploradores, colonizadores, imperialistas, la cultura contemporánea ahora engendra capitalistas, trabajadores y consumidores. Los países con una vigorosa economía de mercado así lo han demostrado, pues se han vuelto más poderosos. Ello constituye un atractivo modelo para copiar en las economías de países pobres, las que si no se “modernizan”, sucumben.

Sin embargo, los ecólogos están desde hace unas tres o más décadas (por ejemplo, el Club de Roma, 1968) advirtiendo y alertando sobre los peligros que entraña para la biosfera y para la humanidad misma la actual tendencia cultural promovida por la idea de progreso de un crecimiento económico ilimitado y hasta exponencial. Consideremos, primero, que el caudal del conocimiento tecnológico ha venido experimentando un enorme crecimiento acumulativo desde un comienzo que coincide con el principio de la edad neolítica, hace unos cien mil años atrás, hasta hace casi un siglo atrás. Como contraste se puede observar en las últimas décadas un desarrollo tecnológico explosivo acaecido en términos del progreso material y dominio sobre las cosas. Segundo, que íntimamente relacionado con el desarrollo tecnológico, el capital ha experimentado una acumulación también exponencial; y tercero, que las riquezas naturales están sufriendo, por el contrario, un agotamiento en la misma medida que los otros factores crecen exponencialmente.

Mientras se creyó en el progreso económico indefinido, sin pensar que los recursos naturales son limitados, surgieron muchas ideologías políticas y económicas (nacionalismos, liberalismos, socialismos, comunismos, etc.) que profetizaban el término de la miseria. En la actualidad podemos observar que la curva de crecimiento del desarrollo se cruza con la curva de la disminución de recursos. Lo que queda entre ambas es justamente marginación. El desarrollo económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.

El problema es que un desarrollo sustentable que impone limitaciones radicales al desarrollo es incompatible con un capitalismo que es competitivo y que persigue el máximo beneficio si acaso no existe por parte de todos los gobiernos una voluntad para condicionar la inversión según los requerimientos del ambiente. Ciertamente, estas limitaciones gravitarían negativamente sobre la tasa de interés y el beneficio buscado por la inversión. No obstante, es el pago mínimo que debe hacer el capital para no destruir por completo la naturaleza y no terminar por destruirse a sí mismo. Dado el hecho que existe una carencia jurídica que sea imperativa para todos los estados, está en manos de éstos, que gobiernan dentro de sus respectivos territorios, concertar una acción común. Este condicionamiento haría posible la inversión de capital en tecnologías alternativas: aquélla que posibilita precisamente un desarrollo sustentable. Si el capital privado no encuentra de interés este desafío, el Estado deberá asumir esta tarea de una economía de desarrollo sustentable.

Adicionalmente, la presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la naturaleza y al ser humano. Nuevas normas éticas y valoraciones deberán ser estructuradas en nuestra cultura, probablemente a la fuerza y después de que ocurran severos conflictos, desajustes y destrucción. La ecología impone un límite a nuestro salvaje crecimiento y consumo basado en una economía capitalista que es por esencia puramente desarrollista y de la que el poder económico basado en el capital y en la tecnología a su servicio es su unidad discreta más conspicua y funcional. Otras subestructuras funcionales deberán ser integradas a la estructura económica para que nuestras necesidades de energía y riquezas naturales puedan ser compatibles con la existencia de la biosfera y de nosotros mismos.

Si la anarquía total no se apodera del mundo o de partes importantes de éste (cuando se compruebe que los recursos explotables se acaban), el tipo de economía que debiera entrar en vigencia es, como un nuevo paradigma de la economía, la del desarrollo sustentable. Una economía de este tipo, que se adapta a la explotación de recursos renovables de la naturaleza, obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el capitalismo nos tenía acostumbrado. El capitalismo, que necesita siempre crecer, es incompatible con una economía de este tipo. Sería un freno que lo ahogaría. El desarrollo sustentable sería propio de la era postindustrial, ya que al adaptarse a la explotación de recursos renovables de la naturaleza, obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el capitalismo de la era industrial demanda.

Los efectos de esta nueva economía de no crecimiento podrían ser muchos. Es de suponer que difícilmente podría ser tolerado el incontrolado crecimiento demográfico, las destructivas guerras, el masivo derroche. Las nuevas y restringidas condiciones de producción tendrían que priorizar la satisfacción de las innumerables necesidades humanas. Un nuevo orden económico compatible con las libertades y derechos humanos debería emerger. La esperanza deberá ser puesta en la capacidad que tienen los seres humanos para adaptarse a estas nuevas condiciones y crear nuevos instrumentos y modelos económicos.

Probablemente, un progreso económico compatible con la existencia de recursos consista en un desarrollo sustentable. Para que funcione el desarrollo sustentable debe reunir dos condiciones: primero, utilizar recursos renovables dentro del límite de su capacidad de regeneración, y segundo, desechar contaminantes dentro del límite de la capacidad de absorción del sistema ecológico. Indudablemente, el desarrollo sustentable implica un severo control a escala mundial del capital en cuanto a los límites de la inversión; la inversión de capital no podría regirse únicamente por el beneficio particular, sino que por el interés general, y debería ser compatibilizada con su impacto ambiental. Al parecer, el desarrollo sustentable no haría sustentable la actual población mundial; el fin de la era industrial y el capitalismo traerían probablemente indecibles penurias y mortandad.

En la nueva era que se avecinaría mayor valor tendría para los seres humanos la preservación del medioambiente que el consumismo si se garantiza no solo la supervivencia, sino también los derechos humanos. La presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la naturaleza y el ser humano. Nuevos valores y normas jurídicas y éticas deberán ser estructurados en la futura cultura. La personas deberán volverse probablemente más responsables, solidarias y austeras. El exitismo, el consumismo, la competencia, el individualismo, el lucro individual, que el capitalismo nos había hecho apreciar, ya no serían valores aceptables. Del mismo modo como la era preindustrial produjo en el pasado labriegos, pastores, artesanos y comerciantes y la actual era industrial engendra capitalistas, gestores, trabajadores, profesionales y consumidores, en la era postindustrial aparecerán otras actividades para los inquietos seres humanos.


Un Estado para un desarrollo sustentable


Hasta ahora hemos estado describiendo la economía contemporánea que, en su propósito de producir crecimiento, ha privilegiado el capital privado sobre los otros factores de la producción. Este hecho ha generado profundas brechas de calidad de vida entre países ricos y países pobres, fuertes desequilibrios en los ingresos dentro de un mismo país, secuestro del aparato estatal por el sector empresarial, y, principalmente, destrucción de la naturaleza. Resulta necesario más que nunca elaborar una propuesta de solución, aunque sea parcial y limitada. Para ello conviene partir de la base que el orden económico vigente es neoliberal y está basado fundamentalmente en el derecho a la propiedad privada del capital, como si fuera un derecho natural individual y enteramente desvinculado de la sociedad y fungiendo de bien común, cuando en verdad se trata de un privilegio que ha sido otorgado por la sociedad civil a unos pocos en la creencia que su capacidad emprendedora hace crecer la economía para el beneficio de todos. Sin embargo, lo que estamos observando es el empobrecimiento de los trabajadores, una mayor cesantía y el agotamiento de los recursos naturales junto con la degradación del medioambiente.

Podemos observar que frente al orden económico vigente, las exigencias al Estado por el modelo neoliberal son muy grandes. Las organizaciones internacionales de crédito (BM, FMI) le demandan hacer funcionar el país con un mínimo de herramientas económicas y un mínimo presupuesto, al tiempo que la sociedad civil le hace responsable por el crecimiento económico y la tasa de empleo. Mientras las organizaciones mencionadas exigen del Estado un manejo de la macroeconomía muy ajustado, los empresarios son partidarios de una institucionalidad reguladora tan mínima que les permita un desarrollo tan libre de sus emprendimientos financieros que les garantice altos beneficios, mientras que los trabajadores, por su lado, demandan pleno empleo y remuneraciones que les asegure disfrutar de los beneficios de la civilización. En esta contradicción de demandas los problemas políticos, económicos, sociales y ambientales se acumulan.

Está claro que un Estado no puede prescindir de sus funciones principales y su motivo principal de ser, que son mantener la paz y el orden dentro de un estado de derecho y garantizar la vigencia de los derechos humanos. En contra de esta política pasiva y, a lo más, reguladora, el Estado debería asumir en la actualidad un papel mucho más orientador de la economía. Una economía sustentable implica un nuevo reordenamiento de los factores de la economía, en especial deberá compatibilizar el incentivo al capital privado, un trabajo bien remunerado y una naturaleza que pueda sostenerse en el tiempo. Este reordenamiento implica una fuerte intervención del Estado.

El Estado para una economía sustentable deberá adquirir un papel nuevo y activo en la economía. Deberá transformarse en el orientador de una economía capaz de promover un desarrollo sustentable, al tiempo de distribuir equitativamente la riqueza entre la población para que todos puedan satisfacer sus necesidades materiales. La razón es que sólo el Estado puede realizar una cantidad de tareas que ninguna iniciativa privada puede hacer. El principio de subsidiariedad, aquél que señala que lo que la parte puede hacer, la parte debe hacerlo, ya no es suficiente frente a las nuevas demandas que debe afrontar el Estado, que son el de orientar las urgentes tareas para un desarrollo sustentable en función del bien común. Entre las nuevas tareas que el Estado deberá asumir se pueden mencionar dos: 1º Movilizar los recursos necesarios para determinar científica y tecnicamente dónde y en qué rubros el país puede desarrollarse sustentablemente. 2º Favorecer la inversión de capital en aquellos rubros que sean incidentes en el empleo y el medioambiente mediante incentivos tales como reducciones impositivas, subvenciones y otras medidas.  

Así, por ejemplo, el impuesto a las utilidades podría ser diferenciado y su tasa podría ser calculada en función de la relación que existe entre inversión de capital y tiempo de trabajo dedicado a producir, junto con la proporción del costo de las remuneraciones; también la publicidad que va más allá de ilustrar los productos, promoviendo el consumismo, debiera estar sujeta a tributación. Ya no sería posible que un empresario, libremente, evalúe según el mercado las oportunidades de un negocio, como comprar un bosque nativo, talarlo, vender la madera y dejar la superficie rasa para que se erosione; o que otro empresario explote recursos marinos indiscriminadamente.

Si el Estado participa como orientador de la economía sustentable de una nación, entonces tiene plenos derechos para imponer no sólo el tipo de tributación que le permita financiar su actividad, sino que también establecer las condiciones para que las empresas se comprometan con el bien común. Reconociendo que el libre mercado y la iniciativa privada son fundamentales para la marcha de una economía moderna, el principio que fundamenta la anterior afirmación es que el bien común es superior al bien económico individual.



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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/),  Capítulo 7 - La economía sustentable.