Patricio Valdés Marín
La economía de
crecimiento, capitalista o no, se nutre de la naturaleza del planeta,
necesitando incesantemente nuevos recursos naturales que explotar. Mientras
éstos existan, la acumulación de capital del sistema capitalista y su cultura
basada en el exitismo y el consumismo seguirán impulsando la expansión
económica. Sin embargo, la misma prosperidad del capitalismo será previsiblemente
su perdición, pues la naturaleza, que provee los recursos para su expansión, es
finita y está actualmente mostrando signos de agotamiento, y de proseguir esta
tendencia, se produciría una crisis de insospechadas consecuencias. El
desarrollo sustentable, que es incompatible con el capitalismo, aparece como
una salida a este ominoso futuro.
Los límites del
crecimiento
Los pensadores de la Ilustración , desde fines del siglo XVII hasta la Revolución francesa,
habían querido iluminar con la luz de la razón la cultura, que estaba aún
sumida en la oscuridad medieval, para combatir la ignorancia, la superstición y
la tiranía, y construir un mundo mejor. Poco después, se creyó que la Revolución industrial
permitiría el sueño del mundo feliz anunciado por la Ilustración para poner
fin a las carencias materiales y la esclavitud del trabajo y transformar la
triste heredad humana. Surgió la idea de progreso. En efecto, la máquina motriz
que emergió, al tiempo de reemplazar el esfuerzo humano, fue capaz de producir
masivamente, cada vez más, todo tipo de artículos para la satisfacción de
nuestras necesidades y de vehículos para transportar mercaderías y personas
donde se quisiera. La energía de los abundantes y baratos combustibles fósiles
fue el propulsor de esta transformación. El bombeo de agua dulce permitió
extraer los minerales del suelo, mover la industria y revolucionar la
agricultura. Para expandir la superficie cultivable, se talaron los bosques. Se
explotaron los recursos de los océanos.
Junto con estas maravillas tecnológicas emergió el
pensamiento económico sobre cómo producir riquezas y distribuirlas. Desde hace
dos siglos y medio la economía moderna se ha ido constituyendo más en una
tecnología que en una ciencia, y su propósito expreso ha sido la creación de
riqueza material para todos. Se elaboraron e impusieron totalitarias
ingenierías sociales. Desde entonces, en pos de sus intereses y cosmovisiones
particulares todos los modelos económicos --mercantilistas, imperialistas,
socialistas, cooperativistas, comunistas, capitalistas-- han pugnado por
imponer sus propios modelos de crecimiento y desarrollo económico con mayor o
menor éxito, pero también con indecible sufrimiento humano.
Desde el punto de vista económico, el ser humano se
distingue de las otras especies biológicas, no sólo porque trasciende la
barrera de los nichos biológicos. Sus necesidades son ilimitadas y siempre
vivirá disconforme e insatisfecho con lo que tiene, por mucho que sus
necesidades “básicas” estén colmadas. En su ansia por la supervivencia el ser
humano no tiene límites para rodearse de cosas que puedan otorgarle seguridad y
prestigio, términos sociológicos para designar lo que antiguamente se entendía
por la fortuna y la gloria. En un desesperado afán por la estima y la
aceptación que oculten su realidad mortal, necesita alcanzar un reconocimiento
social. La publicidad le promete todo lo necesario para dicho reconocimiento, y
de aquella se vale el productor para vender más.
Esta insatisfacción existencial de búsqueda de identidad
nació probablemente, junto con la posesión de cosas y orfandad tribal, a partir
de la revolución agrícola. La estructura social se dividió en clases según la
división del trabajo. En la actualidad, esta insatisfacción ha sido reforzada
con el advenimiento de las modernas sociedades despersonalizadas y de gran movilidad
social dentro de una homogénea cultura de clase media. Junto con la posibilidad
de poseer cosas, la identidad debe ser conquistada por cada individuo de modo
permanente.
Si antes la gloria por actos heroicos era una forma de
reconocimiento, actualmente, y no de modo casual, se ha generalizado el afán
por la realización personal que fuerza al individuo a obtener éxito en poseer
“cosas” y muchas veces entendiendo por realización personal la capacidad para
consumir bienes y servicios socialmente aceptables. Probablemente, en culturas
tribales el rico tejido de relaciones sociales, donde cada individuo era
estimado y querido con cariño, lo mantenía lejano de las actuales ansias de
reconocimiento. Se comprende entonces que la tecnología presione sobre los
recursos naturales hasta el extremo mismo de sus posibilidades.
El crecimiento económico está trayendo efectos colaterales
de consecuencias críticas para el futuro no sólo de la humanidad, sino de toda
la biosfera terrestre. La necesidad de subsistencia de las distintas naciones
en nuestra estrecha Tierra fuerza la creación de economías altamente
competitivas que tienen como efecto necesario la destrucción del medio
ambiente. Además, esta competencia no sólo es inmisericorde, sino que relega a
la mayoría marginada a la miseria. Este crecimiento está afectando gravemente
los equilibrios de los sistemas ecológicos, los que han resultado ser frágiles
para los embates de la economía de crecimiento, acelerados por la explosión
tecnológica y la acumulación de capital. El enorme consumo de recursos
naturales no renovables y de recursos renovables a tasas mayores que su
capacidad de renovación está generando su acelerado agotamiento. Los distintos
ecosistemas son incapaces de absorber y neutralizar los desechos producidos,
deteriorando vastas extensiones del planeta y degradando la totalidad del medio
ambiente.
Es impensable que la actual población mundial consiga
superar su actual estado de miseria y subdesarrollo a causa de que simplemente
no existen los recursos naturales suficientes. Nos estamos ahogando en
contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de
basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y
la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Los
objetivos políticos han venido verificando un desplazamiento. Atrás quedaron
las utopías milenaristas por irrealizables. El espacio dejado por ellas está
siendo ocupado por políticas netamente pragmáticas y cortoplacistas de supervivencia
nacional e incluso local. Mientras tanto, asistimos a un diálogo de sordos
entre ecologistas fundamentalistas del tipo conservacionista, aterrados por las
probables consecuencias del crecimiento, y economistas neoliberales que siguen
creyendo en la capacidad del capitalismo para solucionar los problemas de la
humanidad, mientras son ciegos a las ominosas señales de la naturaleza.
Nuestra Tierra, la
Gea de los griegos, es, después de todo, demasiado pequeña
para el voraz poder de expoliación de la economía de crecimiento. Cada vez más,
ella nos resulta más delicada y pobre para la insaciable voracidad y la
ilimitada codicia del gran capital y de las sociedades consumistas que éste
promueve, o de las colosales guerras de destrucción y muerte de las economías
de crecimiento en pugna. La curva de crecimiento se cruza con la curva de
recursos. Lo que queda entre ambas es marginación. El crecimiento económico
genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.
Contraviniendo los poderosos intereses de las compañías
petroleras, desde hacía algún tiempo algunos estudiosos estaban advirtiendo que
en alguna fecha próxima el consumo de energía iba a llegar al punto de la curva
de producción de energía cuando el petróleo que había sido consumido
históricamente fuera mayor que las reservas conocidas. Esta fecha llegó
probablemente en septiembre de 2008 en la forma de precios que superaron los
US$ 140 el barril de crudo. Pero este precio era insostenible, pues encareció
los alimentos, el transporte y los productos, provocando en primer lugar la
crisis financiera que sigue repercutiendo en los mercados financieros. Los
ingresos de los consumidores se volvieron insuficientes para pagar a la vez por
productos más caros y por las hipotecas de sus bienes ahora devaluados. El
desarrollo y el crecimiento económicos se detuvieron y la economía de la
mayoría de los países entró en recesión.
Es probable que esta crisis económica no corresponda a otro
ciclo recesivo más de la economía. El desarrollo y el crecimiento económico
tienen ahora una estrecha camisa de fuerza. De este modo, en la medida que la
economía logra alguna recuperación, sube proporcionalmente el precio del
petróleo, anulando este logro, y la economía retorna a su estado deprimido. Es
ilusorio creer que en algún tiempo más la economía recobrará su vigor y volverá
a los índices de actividad que existían antes de la crisis financiera. El nuevo
equilibrio --entre la tendencia del capital a crecer y la escasez de energía
que frena el crecimiento logrado-- imposibilita la efectividad del mecanismo
creado para el sostenido desarrollo y crecimiento económico nacional, que es el
capitalismo, o cualquier otro modelo de desarrollo y crecimiento económico
alternativo. Por tanto, su vigencia es tan precaria como los privilegios
concedidos a sus gestores por la sociedad. La permanencia del capitalismo está
en riesgo.
En 2009, para la
ONU destacados científicos identificaron diez fronteras
planetarias seguras que el impacto humano no debiera traspasar so pena de la
autodestrucción. Estas son: la contaminación por aerosol, la pérdida de
biodiversidad, la contaminación química, el cambio climático, el uso del agua
dulce, los cambios de uso de suelo, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del
fósforo, la acidez de los océanos, y el agujero de ozono.
Si acaso hasta hace poco el fantasma del holocausto nuclear
se cernía con patético realismo sobre la Tierra , ahora lo está siendo el del hambre y la
miseria para una vasta mayoría de la población. Pareciera que el tercer jinete
del Apocalipsis está cabalgando con mayor prestancia que el segundo. Pareciera
que la tesis maltusiana está de alguna manera relacionada con el cuento de
Pedrito y el lobo. Probablemente, Malthus estuvo equivocado cuando diagnosticó
que mientras la población crece en progresión geométrica, los alimentos lo
hacen únicamente en progresión aritmética. Pero no se equivocó en cuanto al
pronóstico acerca de que los alimentos no alcanzarán para todas las bocas que
también hablan y ríen. Tal vez no es un problema ni matemático ni geométrico,
sino que de capacidad natural.
El capitalismo y la
ecología
Tras la
Guerra fría, entre capitalismo y comunismo el vencedor
absoluto resultó ser el primero. El premio de la victoria fue poder extenderse
por todo el mundo. El mentor del capitalismo había sido Adam Smith, quien, en
1776, publicó La riqueza de las naciones.
Basado en la propiedad privada de los medios de producción y del capital, en el
libre mercado tanto de mercancías como del trabajo, en el lucro personal y en
la empresa privada, el capitalismo demostró su eficacia para generar riquezas,
o al menos para convencernos a todos -desde su propia posición de enorme poder-
que es el modelo más eficaz y libertario para darnos la oportunidad de
usufructuar de los bienes materiales, aunque fuera por chorreo. Los beneficios
fueron tan evidentes -o tan aparentes- que la sociedad concedió a la clase propietaria
una cantidad de privilegios, tales como ejercer enorme influencia en la vida
política, adjudicarse una sabrosa tajada de la torta, administrar la economía
nacional según sus propios intereses, actuar a veces como verdaderos déspotas
en sus propias empresas. El precio que la sociedad debió también pagar fue supervalorar la
codicia y el individualismo por sobre la solidaridad y la equidad.
La crítica contra la economía capitalista y globalizada, que
desde hace un tiempo se ha estado perfilando con cada vez mayor fuerza, viene
de un cuartel menos tradicional que el humanismo. La ética humanista en
materias económicas está basada en la solidaridad, la que se opone a la
explotación del trabajo, y la no aceptación ciega del determinismo de las leyes
del mercado que justifica el homo
oeconomicus por su actitud netamente centrípeta y egoísta. Actualmente, la
crítica más severa contra el capitalismo está partiendo de los ecologistas ante
la evidencia puramente práctica acerca de los límites mismos del crecimiento:
la destrucción de la naturaleza.
El éxito de la economía capitalista depende de que existan
suficientes riquezas naturales que aporten a la inversión de capital un
beneficio mayor que el costo requerido en su explotación. La crítica ecologista
apunta a que en su desarrollo el capitalismo está supeditado a la codicia
humana sobre los recursos naturales. Globalizado como está en la actualidad, el
capitalismo los está destruyendo irreversible y aceleradamente mientras el
planeta está desnudando su dramática finitud. La acumulación de capital que la
actividad económica genera aumenta en forma exponencial, de la misma manera
como aumenta la explotación de los recursos naturales y la contaminación de la
naturaleza hasta el extremo mismo de sus posibilidades.
Esta crítica sostiene que el capitalismo se fundamenta en la
utopía del tecnologicismo, que asegura la provisión de bienes y servicios sin
límite de esfuerzo ni de explotación de recursos alguno para satisfacer todas
las necesidades de la humanidad. Pero principalmente la crítica al capitalismo
sostiene que es un sistema económico que necesita en forma creciente explotar
la naturaleza para su propia preservación. El capital necesita ser invertido en
alguna actividad económica con el objeto de obtener una ganancia, y este
beneficio o interés, que no es consumido, pasa a incrementar el volumen neto de
capital, de modo que éste es un factor de la producción que se acumula
exponencialmente.
En el curso del tiempo el capitalismo ha logrado generar un
crecientemente gigantesco volumen de capital. Sin embargo, la inversión de
capital significa siempre la explotación de recursos naturales; toda actividad
económica se apoya en última instancia en la explotación de recursos naturales
y en el consumo de energía. Así, en el tiempo el capitalismo degrada la
naturaleza en forma también exponencial. El duro hecho de que la existencia de
la posibilidad de desarrollo del capitalismo depende de que se produzca más y
de que se consuma lo que se produce, incide fuertemente en los recursos físicos
de la naturaleza. En fin, los ecologistas critican también la globalización del
capitalismo por ser el intento para acceder a la explotación de todas las
riquezas naturales de la Tierra ,
sin reserva alguna.
En la economía capitalista la relación existente entre
capital y naturaleza es desequilibrada. Las valoraciones culturales que ponen
el énfasis en el individualismo, el exitismo, la competencia, el crecimiento y
desarrollo económico, la expansión de mercados y el consumismo, previsiblemente
están conduciendo a la humanidad hacia un descalabro ecológico en un futuro
relativamente cercano. Tras estas valoraciones se encuentra el poder del gran
capital, que persigue el máximo beneficio en la explotación de los recursos,
pero no necesariamente la eficiencia, tampoco la racionalidad, y menos aún la
equidad y la solidaridad. Son los mismos capitalistas, que por no estar
dispuestos de alguna manera a perder el poder económico que disponen, que
mantienen este sistema funcionando a como dé lugar y se oponen tenazmente a
cualquier reforma al sistema que los pudiera perjudicar en lo más mínimo. Los
capitalistas han participado en el juego político y militar y siempre han
triunfado para mantenerse en el poder gracias a sus enormes recursos y su
propia codicia. Ahora este mismo éxito podría ser su perdición y la de todos.
La crítica de la ecología apunta a que el capitalismo es
ciego en su desarrollo y termina preguntándose, ¿qué ocurriría a la humanidad
si apareciera un límite severo a la mayor explotación, como por ejemplo, el
agotamiento de ciertos recursos naturales vitales, como el agua dulce o el
petróleo, o la contaminación atmosférica? Los efectos de estas acciones son que
sin nuevos recursos que explotar en un futuro mediato, la economía capitalista
colapsará, arrastrando consigo la civilización que creó. La subsistencia de la
economía capitalista, basada en la competencia, y ésta en incrementar la
competitividad y la productividad, depende, para alimentarla, de que existan
suficientes riquezas naturales que aporten un beneficio mayor que el costo
requerido en su obtención. Si el capitalismo no puede crecer al no obtener
beneficios positivos por la inversión efectuada, entonces debería colapsar.
Aunque para absorber los mayores costos la menor oferta encareciera los
precios, no se mantendría una demanda para estos precios más elevados. Más aún,
el capital acumulado disminuiría hasta llegar a generar inmensas pérdidas. Son
inimaginables las profundas y espantosas consecuencias de una crisis semejante.
Es posible que seamos testigos del fin del capitalismo. Cabe esperar que no sea
Haití, Bangla Desh o Somalia los posibles modelos del Brave New World que podrían materializarse.
Desarrollo
sustentable
La cultura es a la sociedad lo que el conocimiento y el
sentimiento es al ser humano. Aquella no sólo constituye el modo creativo de
adaptación del grupo social a un medio en permanente cambio, también contiene
normas éticas y valoraciones sobre las cosas, las que han emergido en el duro y
constante embate por la subsistencia de la estructura socio-política y la
supervivencia de los individuos que la componen. La dificultad y el éxito que
una norma ética o un valor cultural tiene para estructurarse en la cultura son
directamente proporcionales a su estabilidad. El exitismo y el consumismo, como
metas individuales, y el crecimiento y la expansión económica, como metas
sociopolíticas, son manifestaciones muy enraizadas en nuestra cultura contemporánea.
Ellos no sólo se expresan plenamente en una economía de mercado y aperturista,
sino que son la expresión más acabada de este tipo de economía.
Del mismo modo como la cultura occidental produjo, en el
pasado, monjes, filósofos, conquistadores, misioneros, exploradores,
colonizadores, imperialistas, la cultura contemporánea ahora engendra
capitalistas, trabajadores y consumidores. Los países con una vigorosa economía
de mercado así lo han demostrado, pues se han vuelto más poderosos. Ello constituye
un atractivo modelo para copiar en las economías de países pobres, las que si
no se “modernizan”, sucumben.
Sin embargo, los ecólogos están desde hace unas tres o más
décadas (por ejemplo, el Club de Roma, 1968) advirtiendo y alertando sobre los
peligros que entraña para la biosfera y para la humanidad misma la actual
tendencia cultural promovida por la idea de progreso de un crecimiento
económico ilimitado y hasta exponencial. Consideremos, primero, que el caudal
del conocimiento tecnológico ha venido experimentando un enorme crecimiento
acumulativo desde un comienzo que coincide con el principio de la edad
neolítica, hace unos cien mil años atrás, hasta hace casi un siglo atrás. Como
contraste se puede observar en las últimas décadas un desarrollo tecnológico
explosivo acaecido en términos del progreso material y dominio sobre las cosas.
Segundo, que íntimamente relacionado con el desarrollo tecnológico, el capital
ha experimentado una acumulación también exponencial; y tercero, que las riquezas
naturales están sufriendo, por el contrario, un agotamiento en la misma medida
que los otros factores crecen exponencialmente.
Mientras se creyó en el progreso económico indefinido, sin
pensar que los recursos naturales son limitados, surgieron muchas ideologías
políticas y económicas (nacionalismos, liberalismos, socialismos, comunismos,
etc.) que profetizaban el término de la miseria. En la actualidad podemos
observar que la curva de crecimiento del desarrollo se cruza con la curva de la
disminución de recursos. Lo que queda entre ambas es justamente marginación. El
desarrollo económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la
naturaleza.
El problema es que un desarrollo sustentable que impone
limitaciones radicales al desarrollo es incompatible con un capitalismo que es
competitivo y que persigue el máximo beneficio si acaso no existe por parte de
todos los gobiernos una voluntad para condicionar la inversión según los
requerimientos del ambiente. Ciertamente, estas limitaciones gravitarían
negativamente sobre la tasa de interés y el beneficio buscado por la inversión.
No obstante, es el pago mínimo que debe hacer el capital para no destruir por
completo la naturaleza y no terminar por destruirse a sí mismo. Dado el hecho
que existe una carencia jurídica que sea imperativa para todos los estados,
está en manos de éstos, que gobiernan dentro de sus respectivos territorios,
concertar una acción común. Este condicionamiento haría posible la inversión de
capital en tecnologías alternativas: aquélla que posibilita precisamente un
desarrollo sustentable. Si el capital privado no encuentra de interés este
desafío, el Estado deberá asumir esta tarea de una economía de desarrollo
sustentable.
Adicionalmente, la presente encrucijada requiere un radical
cambio de actitud frente a la naturaleza y al ser humano. Nuevas normas éticas
y valoraciones deberán ser estructuradas en nuestra cultura, probablemente a la
fuerza y después de que ocurran severos conflictos, desajustes y destrucción.
La ecología impone un límite a nuestro salvaje crecimiento y consumo basado en
una economía capitalista que es por esencia puramente desarrollista y de la que
el poder económico basado en el capital y en la tecnología a su servicio es su
unidad discreta más conspicua y funcional. Otras subestructuras funcionales
deberán ser integradas a la estructura económica para que nuestras necesidades
de energía y riquezas naturales puedan ser compatibles con la existencia de la
biosfera y de nosotros mismos.
Si la anarquía total no se apodera del mundo o de partes
importantes de éste (cuando se compruebe que los recursos explotables se
acaban), el tipo de economía que debiera entrar en vigencia es, como un nuevo
paradigma de la economía, la del desarrollo sustentable. Una economía de este
tipo, que se adapta a la explotación de recursos renovables de la naturaleza,
obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el
capitalismo nos tenía acostumbrado. El capitalismo, que necesita siempre
crecer, es incompatible con una economía de este tipo. Sería un freno que lo
ahogaría. El desarrollo sustentable sería propio de la era postindustrial, ya
que al adaptarse a la explotación de recursos renovables de la naturaleza,
obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el
capitalismo de la era industrial demanda.
Los efectos de esta nueva economía de no crecimiento podrían
ser muchos. Es de suponer que difícilmente podría ser tolerado el incontrolado
crecimiento demográfico, las destructivas guerras, el masivo derroche. Las
nuevas y restringidas condiciones de producción tendrían que priorizar la
satisfacción de las innumerables necesidades humanas. Un nuevo orden económico
compatible con las libertades y derechos humanos debería emerger. La esperanza
deberá ser puesta en la capacidad que tienen los seres humanos para adaptarse a
estas nuevas condiciones y crear nuevos instrumentos y modelos económicos.
Probablemente, un progreso económico compatible con la
existencia de recursos consista en un desarrollo sustentable. Para que funcione
el desarrollo sustentable debe reunir dos condiciones: primero, utilizar
recursos renovables dentro del límite de su capacidad de regeneración, y
segundo, desechar contaminantes dentro del límite de la capacidad de absorción
del sistema ecológico. Indudablemente, el desarrollo sustentable implica un
severo control a escala mundial del capital en cuanto a los límites de la
inversión; la inversión de capital no podría regirse únicamente por el
beneficio particular, sino que por el interés general, y debería ser
compatibilizada con su impacto ambiental. Al parecer, el desarrollo sustentable
no haría sustentable la actual población mundial; el fin de la era industrial y
el capitalismo traerían probablemente indecibles penurias y mortandad.
En la nueva era que se avecinaría mayor valor tendría para
los seres humanos la preservación del medioambiente que el consumismo si se
garantiza no solo la supervivencia, sino también los derechos humanos. La
presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la
naturaleza y el ser humano. Nuevos valores y normas jurídicas y éticas deberán
ser estructurados en la futura cultura. La personas deberán volverse
probablemente más responsables, solidarias y austeras. El exitismo, el
consumismo, la competencia, el individualismo, el lucro individual, que el
capitalismo nos había hecho apreciar, ya no serían valores aceptables. Del
mismo modo como la era preindustrial produjo en el pasado labriegos, pastores,
artesanos y comerciantes y la actual era industrial engendra capitalistas,
gestores, trabajadores, profesionales y consumidores, en la era postindustrial
aparecerán otras actividades para los inquietos seres humanos.
Un Estado para un desarrollo sustentable
Hasta ahora hemos estado describiendo la economía
contemporánea que, en su propósito de producir crecimiento, ha privilegiado el
capital privado sobre los otros factores de la producción. Este hecho ha generado
profundas brechas de calidad de vida entre países ricos y países pobres,
fuertes desequilibrios en los ingresos dentro de un mismo país, secuestro del
aparato estatal por el sector empresarial, y, principalmente, destrucción de la
naturaleza. Resulta necesario más que nunca elaborar una propuesta de solución,
aunque sea parcial y limitada. Para ello conviene partir de la base que el
orden económico vigente es neoliberal y está basado fundamentalmente en el
derecho a la propiedad privada del capital, como si fuera un derecho natural
individual y enteramente desvinculado de la sociedad y fungiendo de bien común,
cuando en verdad se trata de un privilegio que ha sido otorgado por la sociedad
civil a unos pocos en la creencia que su capacidad emprendedora hace crecer la
economía para el beneficio de todos. Sin embargo, lo que estamos observando es
el empobrecimiento de los trabajadores, una mayor cesantía y el agotamiento de
los recursos naturales junto con la degradación del medioambiente.
Podemos observar que frente al orden económico vigente, las
exigencias al Estado por el modelo neoliberal son muy grandes. Las
organizaciones internacionales de crédito (BM, FMI) le demandan hacer funcionar
el país con un mínimo de herramientas económicas y un mínimo presupuesto, al
tiempo que la sociedad civil le hace responsable por el crecimiento económico y
la tasa de empleo. Mientras las organizaciones mencionadas exigen del Estado un
manejo de la macroeconomía muy ajustado, los empresarios son partidarios de una
institucionalidad reguladora tan mínima que les permita un desarrollo tan libre
de sus emprendimientos financieros que les garantice altos beneficios, mientras
que los trabajadores, por su lado, demandan pleno empleo y remuneraciones que
les asegure disfrutar de los beneficios de la civilización. En esta
contradicción de demandas los problemas políticos, económicos, sociales y
ambientales se acumulan.
Está claro que un Estado no puede prescindir de sus
funciones principales y su motivo principal de ser, que son mantener la paz y
el orden dentro de un estado de derecho y garantizar la vigencia de los
derechos humanos. En contra de esta política pasiva y, a lo más, reguladora, el
Estado debería asumir en la actualidad un papel mucho más orientador de la
economía. Una economía sustentable implica un nuevo reordenamiento de los
factores de la economía, en especial deberá compatibilizar el incentivo al
capital privado, un trabajo bien remunerado y una naturaleza que pueda
sostenerse en el tiempo. Este reordenamiento implica una fuerte intervención
del Estado.
El Estado para una economía sustentable deberá adquirir un
papel nuevo y activo en la economía. Deberá transformarse en el orientador de
una economía capaz de promover un desarrollo sustentable, al tiempo de
distribuir equitativamente la riqueza entre la población para que todos puedan
satisfacer sus necesidades materiales. La razón es que sólo el Estado puede
realizar una cantidad de tareas que ninguna iniciativa privada puede hacer. El
principio de subsidiariedad, aquél que señala que lo que la parte puede hacer,
la parte debe hacerlo, ya no es suficiente frente a las nuevas demandas que
debe afrontar el Estado, que son el de orientar las urgentes tareas para un
desarrollo sustentable en función del bien común. Entre las nuevas tareas que
el Estado deberá asumir se pueden mencionar dos: 1º Movilizar los recursos
necesarios para determinar científica y tecnicamente dónde y en qué rubros el
país puede desarrollarse sustentablemente. 2º Favorecer la inversión de capital
en aquellos rubros que sean incidentes en el empleo y el medioambiente mediante
incentivos tales como reducciones impositivas, subvenciones y otras medidas.
Así, por ejemplo, el impuesto a las utilidades podría ser
diferenciado y su tasa podría ser calculada en función de la relación que
existe entre inversión de capital y tiempo de trabajo dedicado a producir,
junto con la proporción del costo de las remuneraciones; también la publicidad que
va más allá de ilustrar los productos, promoviendo el consumismo, debiera estar
sujeta a tributación. Ya no sería posible que un empresario, libremente, evalúe
según el mercado las oportunidades de un negocio, como comprar un bosque
nativo, talarlo, vender la madera y dejar la superficie rasa para que se
erosione; o que otro empresario explote recursos marinos indiscriminadamente.
Si el Estado participa como orientador de la economía
sustentable de una nación, entonces tiene plenos derechos para imponer no sólo
el tipo de tributación que le permita financiar su actividad, sino que también
establecer las condiciones para que las empresas se comprometan con el bien
común. Reconociendo que el libre mercado y la iniciativa privada son
fundamentales para la marcha de una economía moderna, el principio que
fundamenta la anterior afirmación es que el bien común es superior al bien
económico individual.
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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 7 - La economía sustentable.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 7 - La economía sustentable.
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